Maya Angelou dijo una vez de forma conmovedora: «He aprendido que las personas olvidan lo que has dicho, las personas olvidan lo que hiciste, pero las personas nunca olvidan cómo los hiciste sentir«.
Muchos de nosotros nos esforzamos en esto. Hacemos las cosas bien, de forma moral, correcta, porque queremos dejar un legado positivo a nuestro paso.
Por desgracia, no todos lo creen así. Algunas personas siguen sus emociones más egoístas, con ganas de disfrutar de la vida con sus propios términos, independientemente de la forma en que afecte a los demás, y una de las formas más comunes en que la gente hace esto es sucumbiendo a la codicia.
Una viuda, en una historia que me ha perseguido durante años, no se parecía en nada a su difunto esposo. Su marido fue un hombre que trabajó muy duro por su dinero y sentía que se merecía mantener todo ese dinero para sí mismo. Guiado por este tipo de brújula moral, también esperaba que su honorable esposa pusiera su moral en su misma línea y que le concediera un último deseo. En el funeral de su marido, sin embargo, ella descubrió una forma de mantener su integridad mientras le concedía su deseo, y la idea es simplemente brillante…
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«Había un hombre que había trabajado toda su vida y había guardado todo su dinero.
Él era un verdadero tacaño cuando se trataba de su dinero. Amaba el dinero más que casi cualquier cosa, y justo antes de morir, le dijo a su esposa: ‘Ahora escucha, cuando muera quiero que tomes todo mi dinero y lo coloques en el ataúd conmigo. Porque quiero llevarme todo mi dinero a la otra vida’.
Así que su esposa le prometió con todo su corazón que cuando él muriese pondría todo el dinero en el ataúd con él.
Un día el hombre murió.»
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«Él estaba tendido en el ataúd, la mujer estaba sentada cerca de su mejor amigo. Cuando terminaron la ceremonia, justo cuando los empleados de pompas fúnebres se preparaban para cerrar el ataúd, dijo la mujer, ‘¡Esperen un minuto!’
Tenía una caja de zapatos con ella, se acercó hasta el ataúd y la colocó. A continuación, los enterradores cerraron el ataúd y lo introdujeron en la tierra«.
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«Su amigo le dijo: ‘Espero que no seas tan loca como para poner todo ese dinero ahí con ese viejo tacaño.’
Ella le dijo: ‘Sí, lo prometí. Soy una buena cristiana, no puedo mentir. Le prometí que pondría ese dinero en el ataúd con él.’»
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«¿Quieres decirme que has puesto hasta el último centavo de su dinero en el ataúd con él?
‘Claro que sí’, dijo la esposa. ‘Junté todo el dinero, lo puse en mi cuenta y le escribí un cheque…’»
